De los vestigios de la cultura ópata a los indicios de la interculturalidad sonorense

Tonatiuh Castro Silva


Vestigios de la cultura ópata, de Rodolfo Rascón Valencia(1), puede tener distintas lecturas: la que se apegue al texto, deleitando al lector regional al saldar su curiosidad por los legendarios ópatas o alimentando un espíritu regionalista si tal fuese la predisposición; o bien, puede abonar a la discusión académica, tanto a su vertiente arqueológica e histórica referente a la región serrana, que ciertamente ha existido desde el siglo XIX, como a una reflexión antropológica de mayor dimensión, independiente de la sierra sonorense, referente a diversos planteamientos que resultan útiles para analizar la diversidad étnica, entre ellos, la posibilidad de generalizar el carácter de un pueblo. Incluso, una lectura más es posible: aquella que a partir de la valoración del contenido del libro –lo cual tendría un mejor logro si se conoce la encomiable trayectoria de don Rodolfo–, y que contextualizando la obra en la problemática sociocultural del presente sonorense, lo erija como un útil espejo que nos permita aliñarnos para encaminarnos por una senda cuyo destino sea un escenario culturalmente más benévolo.
En primer término, presentaré de forma general una reseña descriptiva del libro que aquí nace. Vestigios de la cultura ópata es un trabajo investigativo despojado de los protocolos académicos; es una etnografía sin autodenominarse de tal forma. 
«Los confines de la opatería» es el texto introductorio que con apoyo gráfico presenta la gran dimensión territorial que el libro está por hurgar, remitiéndonos a Cucurpe, Carbó, Ures, Sahuaripa, Huachinera, Agua Prieta y Naco, entre otras latitudes. Con el propósito de presentar la importancia que la cultura ópata ha tenido para los sonorenses de distintas épocas, en el capítulo «Apuntes sobre la opatería» se presentan las apreciaciones de Horacio Sobarzo, Alberto Calzadíaz, Manuel Sandomingo e Ignacio Zúñiga, cuyas citas permiten visualizar varias categorías que se pueden identificar en la construcción de la identidad sonorense criolla y regionalista, así como la concepción etnocéntrica sobre los pueblos originarios que sigue caracterizando al discurso predominante.
La temática general de la primera sección es, en palabras del autor: «rasgos característicos», refiriéndose a aspectos evidentemente etnográficos: vivienda, armas, calzado, usos y costumbres; rompen el típico casillero de la antropología las denominaciones: «Conservación de alimentos», «El rito de derribar árboles», «El lanchero de la muerte», «El atol de semillitas» y «La más fea de sus costumbres».
Otro apartado, que se deduce como tal dado que el diseño gráfico del índice lo sugiere, trata sobre «Deportes y competencias»: el huachícori o huachicori, el chapete y el gomi.
También se describen «Juegos, juguetes y entretenimientos»: el buchito, la rueda de las catotas, las seguidillas, los chilicotes, los quince o “patole” ópata, el marícachi, los hoyitos, los zumbadores, los zumbadores de hueja, los palitos encimados, los carritos de pitahaya, el horcador, “la viborita” o “huiquit”, el sibituti y las chichihua(2).
Una siguiente sección se refiere a «Música y cantos», que contiene tanto la historia de diversas piezas musicales, como sus partituras, como Babaisani, El apachi viejo, El quelele , Canto al viento y La joquisehua.
Una valiosa fuente de información para la disciplina dancística, que precisamente en los años recientes se ha desarrollado en Sonora aglutinada en el Instituto de Investigación y Difusión de la Danza Mexicana, es la sección que aborda danzas como El apachi viejo, La danza de la liebrona y El tacuachi cola pelada.
Un importante segmento del libro, cuya temática ya se vislumbra desde las primeras páginas, y que de hecho es un rasgo en la personalidad de don Rodolfo Rascón, es el que presentado como «Glosario» hace un inventario sociolingüístico del idioma ópata. La breve introducción «El habla de los ópatas» define el alfabeto en el que se basa el conjunto de vocablos que posteriormente se presentan. Sin el protocolo propio de la lingüística histórica, pero con un registro que proviene de una andanza acuciosa que supera el medio siglo, Rascón Valencia contextualiza históricamente el origen y uso de fonemas, sílabas y palabras de la opatería. Presentado aparte, pero relacionado con el Glosario, cierra el volumen la sección de «Apellidos y apodos», en la que se consignan las estirpes: Bacame, Chocosa, Huíquit, Nópiri, Paco, Quihui, Sinohui, Tabanico, Tánori y Zupo, entre otras.
En la lectura de este valioso libro encuentro aspectos trascendentes que inicialmente indiqué, y ahora retomo.
La investigación arqueológica ha traído noticias que han despejado una serie incógnitas etnohistóricas: ¿quiénes son los ópatas?, ¿de dónde llegaron, si acaso llegaron? o, más certeramente: ¿son acaso los descendientes de la cultura Casas Grandes, de lo que ahora es Chihuahua?. Se ha establecido ya el puente que una de las antiguas sociedades serranas constituyó entre aquella cultura que tuvo a Paquimé como centro urbano, y la sociedad ópata(3). La cultura del valle de Bavispe, escondida aun siendo conocida por los oriundos, se identifica ya como transición entre Chihuahua y Sonora, y constituye a la vez una raíz por conocer. Sin embargo, aun su fase más reciente, la ópata, ha seguido siendo un misterio. Su desaparición ocurrida antes de la aparición de las disciplinas culturales en Sonora nos privó de la oportunidad de su conocimiento por la vía científica, en un sentido sincrónico. Sabemos gracias a la investigación tanto arqueológica como autodidacta que la sierra fue más diversa de lo que se pensaba o se suponía. A los ópatas se les conoce a través de diversos documentos provenientes de la época colonial, por textos generados durante el siglo XIX, o por las crónicas de, justamente, el autor que esta tarde reconocemos. Más allá de los textos, es importante considerar el conocimiento que sobre esta cultura tenía y tiene la población serrana. Con orgullo, uno de sus hijos, uno de ellos, asumiéndose como tal, es quien por seis décadas ha realizado una labor de investigación y difusión que ha permitido al sonorense promedio conocer distintas fases de su historia y de su contemporaneidad cultural.
Como mencioné al inicio, el libro da pie a una reflexión antropológica que traspasa la temática de la sierra sonorense, que es pertinente en el análisis de la diversidad étnica: ¿es posible definir el carácter de un pueblo?, ¿es posible generalizar acerca de una conducta grupal?. Aunque este planteamiento es el centro de una añeja discusión, y algunos antropólogos clásicos lo asumen de lleno, al referirnos a los ópatas en su contexto multicultural, o a cualquier otra región diversa, se refrenda la relevancia de la discusión, pues nos lleva no sólo a perfilar a los ópatas, sino también a los sonorenses de los siglos XIX y XX, y a los del presente.
Respecto a la corriente llamada configuracionalista, Ino Rossi y Edward O'Higgins dicen: «Ruth Benedict enfocó el estudio de las culturas tratando a éstas como configuraciones, formadas por pautas de acción y pensamiento. Según ella, podemos captar la particularidad de cada cultura describiendo no tanto sus rasgos externos, como su "configuración", y sus "metas" o "fines", ya que las culturas son totalidades orientadas en el sentido de ciertos temas dominantes. Por ejemplo, dice Ruth Benedict, la cultura de los indios zuñi, de Arizona, alienta el conformismo, la contención y la conducta no agresiva, mientras que la cultura de los kwakiutl de la Costa noroccidental alienta la violencia, la guerra, las danzas salvajes y las fiestas».
«También Clyde Kluckhohn (1905-1960) preconizó el estudio global e integrativo de la cultura, poniendo en primer plano su noción de valores orientativos, o principios básicos que ordenan y orientan a la cultura en su conjunto»(4). 
En este sentido, cabe cuestionarse lo que algunos clásicos regionales señalaban respecto a los ópatas, y que Rascón Valencia nos acerca:
Horacio Sobarzo: «El ópata fue el aborigen mejor dotado de Sonora, física y moralmente, por su laboriosidad, buena fe, hábitos ordenados, sentido de justicia, valentía y resistencia»(5); 
Manuel Sandomingo afirma: «Físicamente los ópatas pueden ser considerados como los indígenas más hermosos de Sonora. No son muy altos, pero son bien proporcionados; son menos cobrizos que los “yoremes” del Yaqui y sus facciones son más agradables […] aparecen sumisos y por naturaleza son honestos, morales y amigos de apoyar a la autoridad legítima, y sólo se han rebelado una vez, para protestar contra los abusos de un oficial de mala índole»(6). 
Ante estas consideraciones, debemos advertir los estereotipos con los que el colono ibérico, el criollo y el mestizo construyen, desde su propia mirada, la identidad ópata, que desde luego les resulta conveniente si, como dice Ignacio Zúñiga –también citado–: «Los ópatas son los que han demostrado más tendencia a la paz y al trabajo y su adhesión a las autoridades constituidas es tradicional»(7). Es inevitable advertir a la luz del transcurso del tiempo, que fue justamente ese carácter, si acaso existió, el que contravino su persistencia.
Se discute si los ópatas viven. El censo oficial indica la existencia de dos hablantes de su lengua en el año 2000, aun cuando como idioma, es decir, como lengua de uso comunitario, ha desaparecido. Es tan lamentable como evidente el resultado del proceso histórico: la extinción. Sin embargo, ¿cómo negar su existencia a través del habla del sonorense de la región serrana y central del estado?; ¿Cómo ubicarlos únicamente en el pasado, si sus alimentos siguen siendo en la región la comida cuando se procura el sabor profundo, la cocina cálida, el ingrediente prístino?. Su trascendencia es innegable si reconocemos su herencia ineludible en los sonorenses mestizos del presente. Lamentablemente, la constitución de una comunidad, basada en la posesión territorial, en la vecindad predominante, en la autodefinición de las normas cotidianas, en la prevalencia de costumbres y tradiciones en determinada localidad o en lo que identificamos cartográficamente como área topográfica e histórica, ya no existe; estos parámetros fueron diluidos por el proceso de colonización.
La cultura ópata no fue la última en desaparecer en Sonora; arribados en los primeros años del siglo XX, los kikapú vieron cómo en tan solo poco más de una década –entre 1904-1907 y 1921, según registró el Censo General de ese año– su lengua se reducía a la mitad de su población, y en medio siglo, vieron cómo desaparecían además su gastronomía, arquitectura, vestimenta, entre sus distintas manifestaciones culturales identitarias, debido al entorno cultural de los municipios de Huachinera, Bacerac y Bavispe. 
Los pueblos originarios en el mundo no persisten por inercia, como parte de un proceso mecánico, por «naturaleza». Incluso, en el presente resulta imprescindible considerar que la multiculturalidad y la plurietnicidad, rasgos que Sonora guarda a diferencia de la mayoría de los estados del norte de México, distan de la armonía; cuando se habla de conflictos interétnicos en el mundo, no se habla de simples diferencias en las costumbres, en los hábitos y en los gustos; se refiere con ello a la disputa por la posesión territorial de unos a expensas del despojo territorial de otros; a la inaccesibilidad a derechos sociales, a la par del gozo de privilegios en las condiciones de vida; el conflicto interétnico supone el descrédito de la fe, la estigmatización de la religiosidad, el cuestionamiento sin fundamento de la cosmogonía, con el propósito de perpetuar las ventajas de quienes, incluso por encima de su clase social, disfrutan de antemano de su pertenencia a la cultura dominante. En el presente, en esta época de vicisitudes colectivas, cabe preguntarse: ¿cuando se habla o se escribe de los vestigios de la cultura ópata, no se estará tratando, en cierto sentido, de nuestros propios vestigios?.

(1) Rascón Valencia, Rodolfo, Vestigios de la cultura ópata, Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, 2015.
(2) Entrecomillado de Rodolfo Rascón Valencia.
(3) Quijada López, César Armando y John E. Douglas, “El Valle de Bavispe. Entre las culturas del Río Sonora y Casas Grandes”, en Noroeste de México, núm. 14, Centro INAH Sonora, Hermosillo, 2003.
(4) Ino Rossi y Edward O'Higgins, en Teorías de la cultura y métodos antropológicos, Anagrama, Barcelona, 1981, pp. 103-104.
(5) Rascón Valencia, Op. cit., p. 9.
(6) Ibid, p. 9.
(7) Ibid., p 11.

Presentación del libro Vestigios de la cultura ópata, realizada el día 20 de abril de 2016, en el Museo de Culturas Populares e Indígenas de Sonora, en Hermosillo.

Comentarios

Edgar Garcia R. ha dicho que…
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